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Nietzsche diría que continuamos dentro de un pensamiento "reactivo", como cuando hablamos de "sociedad postindustrial"; cuando nos lamentamos de la "pérdida del sentido", la "imposibilidad de la experiencia" o de la “crisis de los valores"; cuando proclamamos la muerte de la historia, el arte, la cultura, el sujeto, el hombre, etc. Sin duda, todavía predomina en el posmodernismo (al menos el más popular y de éxito masivo) un pensar de estilo apocalíptico o, al menos, crepuscular: de un final infinitamente estirado, paradójicamente actual y diferido, y detrás del cual no se avista ninguna nueva alborada.
Pues bien, en estos sombríos tiempos postmodernos, la necesidad de superar el nihilismo es hoy, sin duda, mayor que nunca antes. La Postmodernidad no será realmente post-Modernidad si no traspasa finalmente el nihilismo e inicia un nuevo comienzo antinihilista. Como decía de nuevo Nietzsche: "una filosofía experimental tal como yo la vivo incluso anticipa a modo de ensayo las posibilidades del nihilismo radical, sin que con ello se quiera decir que se limite a un no, a una negación, a una voluntad de negar. Muy al contrario, quiere llegar a lo inverso -hasta un dionisíaco decir-sí al mundo tal como es, sin objeción, excepción ni selección-, quiere el ciclo eterno: las mismas cosas, la misma lógica e ilógica del encadenamiento" .
¡Este atrevimiento le falta a gran parte del postmodernismo! Quizás sea excesivo considerar, con Nietzsche, que ese sería “el estado superior que un filósofo puede alcanzar”; pero, sin ninguna duda, es el reto que todo filósofo o movimiento filosófico tiene que intentar. Y por ello también debe intentarlo el postmodernismo del siglo XXI.
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Este texto forma parte del libro titulado Macrofilosofía de la Modernidad (dLibro, Sevilla, 2012).
EL TRANCE HIPNÓTICO DE LA VERDAD
Al hombre desencantado contemporáneo, su razón le dice que no es posible el milagro, su corazón dice “sí” a algo que su cerebro ha de decir “no”. La fe se convierte, pues, en un residuo, en la expectoración de un sentimiento desarraigado de su razón fundamental. Pero la verdadera paradoja es que la fe en el extravío es la única forma de romper el círculo de tensión inhumana que afecta al cristiano desencantado, al cristiano moderno. En este contexto, el Johannes de Ordet representa literalmente la salvación, pues en él se expresa la definitiva coherencia de un alma que no está enfrentada a su entendimiento, sino que incluye en él la experiencia de lo sublime. Ni siquiera Kierkegaard se veía liberado de esta fatal escisión. Su teología se resuelve en una apelación a lo sublime a expensas de la razón. LEER MÁS
ENTREVISTA A CLAUDIO MAGRIS
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WALTER BENJAMIN: TÉCNICAS DEL AURA
Según Walter Benjamin, el desarrollo de la sociedad de masas y del capitalismo ha invertido el sentido tradicional de la obra de arte y su relación con el espectador, perdiendo ésta su valor ritual (derivado de su autenticidad, del hic et nuncde su originario valor de uso) y cobrando, a cambio, un evidente contenido político y social. La obra de arte, cuyo significado primigenio consistía en exponer de manera esencial el ámbito de la verdad, se ve abocada por la aplicación de los métodos de reproducción técnica a la liquidación de su dimensión ontológica: despojada de esa naturaleza irrepetible que le confería el hecho de permanecer inscrita en el proceso de la tradición histórica, la obra de arte asume, en la era de su reproductibilidad técnica, los caracteres que definen a la propia sociedad capitalista (inmediatez, proximidad, cálculo), y así se ve despojada del aura que la definía en cuanto creación dotada de relevancia estética. LEER MÁS
¿QUÉ FUE DEL PENSAMIENTO DÉBIL?
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LA CONDICIÓN JÁNICA DE LA MODERNIDAD
La Modernidad no se agota en el cumplimiento del programa ilustrado de conquista del mundo por la razón, aunque bien es cierto que ésta es su inquietud más visible. Por el contrario, aquello que le es de algún modo consustancial consiste precisamente en la imposibilidad efectiva de su consumación (y la noción de progreso es la coartada que pospone la clausura del proceso al infinito). Imaginemos entonces que la esencia de la Modernidad consista, no en la iluminación de las causas de lo real, sino en su escisión autoproducida: que la constitución de sus objetos indujera igualmente la nulidad de sus propósitos conquistadores en forma de antagonismo indisoluble. En tal caso, la Modernidad deviene la apertura del pensamiento a la oscilación de los conceptos (todo-nada, universal-particular, racional-irracional), de manera que todo incremento de la determinación lo es también de la atracción por lo indeterminado, la constatación de un fondo impreciso que se sustrae al cálculo. LEER MÁS