Redacción.- Carmen Martínez Pineda es profesora de lengua y literatura y escritora. Tras estudiar Periodismo y trabajar en varios periódicos de Murcia y Alicante durante cuatro años, decidió cambiar de profesión para dedicarse a la docencia. Estudió Teoría de la Literatura y se doctoró en Historia de la Comunicación Social con una tesis sobre la censura de prensa en la II República publicada con el título Libertad secuestrada (Última Línea, 2018). Es autora de las novelas Las aristas del tiempo (Selecta), Confesiones sexuales de Madame Forner (B de Books) y El aval (Última Línea) que presentará el 7 de noviembre en Madrid. En la obra aborda un tema clásico en nuestra narrativa —la guerra civil española— desde una perspectiva transgresora, según ella, huyendo de una visión sesgada de buenos y de malos.
P: La guerra civil española es un tema recurrente en nuestra narrativa y en nuestro cine. ¿Realmente es necesaria otra novela sobre la guerra civil?
R: No. De hecho, no habría escrito esta novela si en ella tan solo se contara una historia sobre la guerra civil. El aval parte de un acontecimiento muy concreto: la condena a muerte de un preso republicano y la búsqueda de avales por parte de familiares y amigos para conmutarle esta pena. Pero este hecho es un pretexto para reflexionar sobre los dos grandes temas que gravitan en la novela. El primero es la deshumanización que provoca la guerra, cómo en una situación de extrema violencia se relaja e incluso desaparece nuestra moral y somos capaces de cometer actos de barbarie que serían impensables en época de paz. El segundo es la distorsión de la realidad por efecto de la desmemoria, no solo por el paso del tiempo, sino, sobre todo, por los grilletes ideológicos, por nuestras convicciones e ideas políticas que, sin duda, condicionan nuestra visión de la realidad. Y la guerra civil española me parecía un periodo idóneo para abordar ambas cuestiones.
P: ¿Por qué la guerra civil y no cualquier otro conflicto bélico?
R: Porque una guerra civil enfrenta a vecinos, a conocidos, incluso a amigos, es mucho más que un conflicto bélico, es una guerra entre hermanos. Y esos actos de barbarie resultan todavía más espantosos. Durante la guerra civil española se cometieron tropelías por ambos bandos. En muchas ocasiones se aprovechó ese contexto de violencia extrema para cometer impunemente asesinatos, ya fuera por razones ideológicas o por rencillas personales. Pero, además, pocos periodos de nuestra historia generan, todavía hoy, tanta controversia como la guerra civil, visiones tan dispares. El ejemplo lo tenemos en la última película de Amenábar. Han pasado más de ochenta años y todavía hay quien se rasga las vestiduras por hablar de esa triste etapa de nuestra historia.
P: Toda la novela gira en torno a la búsqueda de avales para conmutarle la pena de muerte a Jesús, un ex combatiente del bando republicano. ¿Qué hay de histórico y qué de ficción en esa búsqueda?
R: El proceso de búsqueda de avales que se narra en la novela se basa en una realidad histórica. Santos Juliá documenta el uso de la expresión "avalado sea Dios" entre los represaliados por el régimen franquista porque hasta Dios necesitó un aval en la inmediata posguerra. Sin embargo, a mí me interesaba más indagar en la vida y en el alma del protagonista. Durante ese proceso de búsqueda de avales iremos conociendo a Jesús desde diferentes perspectivas, porque aquellos que deben firmar el aval, personalidades siempre próximas al régimen franquista, como el cura o el alcalde, querrán saber la verdad de lo ocurrido antes de escribir a favor de un preso republicano tildado por muchos de extremista. Ellos también preguntarán y unos y otros irán conformando un retrato poliédrico del personaje, con muchos claroscuros. Esto es lo que yo pretendía plasmar en la novela. Quería huir de los estereotipos, de una novela de buenos y de malos, quería contar una historia controvertida, realista y creíble.
P: ¿Es posible situarse en una posición equidistante al tratar un tema como la guerra civil española? ¿No teme que la acusen de blanquear el franquismo?
R: Quien lea mi novela encontrará una historia donde todos tienen culpas que purgar. Qué duda cabe que la guerra civil nació de un golpe de Estado contra un gobierno elegido democráticamente en las urnas, con sus defectos, con carencias que hoy nos impiden identificar ese ejecutivo con uno verdaderamente democrático, pero un gobierno legítimo, al fin y al cabo. También es cierto que los vencedores siempre someten a los vencidos y las represalias del franquismo fueron terribles. Pero durante la guerra todos, desde ambos bandos, cometieron actos de barbarie. Todos. Y no contar esta verdad histórica sería incurrir en una distorsión de la realidad. En la novela se alternan diferentes visiones de personajes de muy variados espectros ideológicos. No resultaría verosímil que se impusiera una visión sesgada, desde un prisma único. No era esa la novela que yo quería escribir. Lógicamente la visión de Jesús en las cartas que le escribe a su mujer desde la cárcel no puede ser ni parecida a la del cura o a la del alcalde franquista. Es evidente. Y debe ser así.
P: ¿Por esa razón en la novela hay tantos narradores?
R: Sí. Era la forma de someter la realidad a la visión que imponen los múltiples testigos. Quería que el gran protagonista de la novela fuera esa polifonía de voces que permiten enfocar la realidad desde posiciones enfrentadas, ese multiperspectivismo que ya explora Cervantes en El Quijote.
P: ¿No teme que algunos lectores encuentren esta técnica narrativa algo complicada?
R: Puede. No lo sé. La verdad es que vivimos un momento literario donde la mínima complicación técnica parece una temeridad. Hace un siglo escritores como Virginia Woolf, James Joyce, Faulkner y tantos otros escribían con planteamientos narrativos más complejos. Por no hablar de la experiencia transgresora que supusieron las vanguardias. Ahora parece que estamos condenados a escribir siguiendo una estructura clásica. Hay lectores, entre los que yo me encuentro, que estamos hastiados de un panorama literario tan sumamente convencional, que agradecemos formas distintas, más arriesgadas, de contar una historia. El otro gran problema de la narrativa actual es, a mi juicio, esa obsesión por catalogarlo todo. El uso de la etiqueta nos encorseta demasiado. Parece que lo primero que has de hacer cuando publicas una novela es saber a qué género y subgénero se adscribe. Yo me confieso incapaz. El aval tiene elementos de la novela histórica, pero los acontecimientos históricos son solo el punto de partida de un argumento que en realidad gira en torno a la búsqueda de algo más importante que la liberación del protagonista y mucho más difícil de alcanzar: la verdad. En esa búsqueda hay mucho de la novela negra, de la novela psicológica o del drama rural. En su forma de elocución, el libro se mueve entre la novela, el teatro y la novela lírica, con personajes que hablan con la potencia expresiva que García Lorca atribuía al lenguaje rural. Una expresividad que, por desgracia, estamos perdiendo y que he querido recuperar en boca de mis personajes. Aunque lo que yo diga tiene poca importancia. En definitiva, es el lector el que etiqueta una novela, el que tiene la última palabra.