"¡Hay que ser como el árbol
que siempre está rezando,
como el agua del cauce
fija en la eternidad!"
(F. García Lorca)
José Luis Trullo.- Creo, sin arriesgar mucho, que Jesús Montiel, también poeta, también granadino, suscribiría sin titubear estos versos donde tanto se dice, si se quiere entender. Para Lorca, el árbol "siempre está rezando"; para Montiel, "cada árbol es un manual de instrucciones para alcanzar la santidad" (pág. 22). No es extraño que los poetas aúnen en un único arabesco lírico su pulsión creadora con una vocación ética esencial. Lo aberrante es cuando no lo hacen, ciñéndose a una función puramente juglaresca, inauténtica, accidental.
En El amén de los árboles, Montiel centra desde el principio el ámbito de su ubicación en el mundo: "Desde la infancia, la compañía de los árboles me agrada más que la de las personas que me rodean" (pág. 9). Para él, el árbol es un auténtico ejemplar de "vida bastante", esto es, ahormada por completo en su límite. Precisamente, es esta obediencia a su forma la que le permite trascenderla; por el contrario, si quisiera violentarla -como hace consigo mismo el sujeto moderno, en su loca huida hacia delante-, se echaría a perder. El árbol es el árbol: vive porque vive, no se fija en sí mismo, no pregunta quién le ve. Su ensimismamiento es tan solo aparente: en realidad: está totalmente volcado hacia afuera. "San Árbol", lo califica Montiel. Y es así. Un santo se diría que vive abstraído: hace caso omiso de lo que le circunda, mientras permanece absorto en su mística elevación; pero lo cierto es que no hay hombre más derramado y fuera de sí que él. Por eso trasciende: porque se entrega, no calcula, no regatea, no negocia, no guarda nada, es todo dejación, todo eternidad.
"Los árboles del cielo hacen la voluntad del cielo sin rechistar" (pág. 31), apostilla Montiel. En eso, además de santos, se revelan filósofos. "Filósofo es el que no se queja", nos advirtió María Zambrano. ¿Quién ha oído protestar a un árbol? ¿Rebelarse contra su destino? Eso les degradaría en simples matojos, cuando no en mala hierba. No, el orbe está bien hecho, parecen susurrarnos sin palabras los árboles: basta con que te ciñas a tu lugar en él y no te autoexcluyas del Paraíso aspirando a lo que no debes. Conténtate y serás dichoso; confórmate, y sabrás lo que es la auténtica libertad.
Por eso "mirar un árbol cura muchos minutos" (pág. 35): son un auténtico baño de eternidad. Contemplar el árbol es escalar por los peldaños que nos elevan hasta el Cielo, aunque sea durante un instante perpetuo. Su verticalidad es, por naturaleza, sagrada. (Imaginar un árbol rastrero es una pesadilla que no pienso abordar). "A la contemplación de un árbol podría dedicarse la vida entera", escribió Francisco Giner de los Ríos. Y es que, en cierto modo, el árbol es la vida entera, recogiéndose para darse, ciñéndose para trascender.
En justa correspondencia a su piadosa dedicación, "el cielo da de comer a los árboles" (pág. 44). Y es que lo Alto no puede descuidar a lo bajo, lo fuerte a lo menestoroso: ambos viven en una mutua corresponsabilidad tejida de silencios y miradas consagradas. "Los árboles son santuarios. Quien sabe hablar con ellos, quien sabe escucharles, puede aprender la verdad. Ellos no predican doctrinas y recetas, predican, indiferentes al detalle, la ley primitiva de la vida", concluyó certeramente Herman Hesse.
En El amén de los árboles, Jesús Montiel se inscribe mansa y reverencialmente en una larga tradición de culto rendido a estos seres admirables, de cuyo desprendida lección tanto tenemos que aprender, en estos tiempos apresurados, profanos y banales. Y, como no podía ser menos, el poeta retribuye tanta instrucción con su prosa meditativa, sopesada y esencial. Un auténtico festín para el espíritu.
J. Montiel, El amén de los árboles. Esdrújula, Granada, 2018.
EL TIRANO ANTE EL ESPEJO
Según el autor de este artículo, "los tiranos de todos los tiempos (y no me refiero sólo a los personajes infaustos, sino también a las masas enardecidas) sólo tienen una idea en mente: que el mundo entero les devuelva, impoluto, su reflejo. Por ello, antes que cualquier otra cosa, en cuanto acceden al poder se esmeran en abatir las estatuas de los déspotas que les precedieron: ellos deben ser los únicos ídolos dignos de adoración. Además, reescriben la historia para que les brinde la imagen que tienen de sí mismos: como mesías salvadores que restauran el orden perdido, y devuelven las aguas de la caótica realidad al cauce de la horma correcta. Rotulan las calles, borran los rastros (y los rostros) de las fotografías oficiales, enmiendan la plana a los cronistas y, si es preciso, ¡a los científicos!"
PSICOPATOLOGÍA Y PODER ABSOLUTO
Miguel Catalán reflexiona sobre la relación inversa entre sensibilidad moral y dominio político que explica el vínculo entre psicopatía y poder absoluto. "Sólo la eficacia política de la falta de miramientos esclarece el hecho de que a lo largo de la historia hayan regido las naciones más poderosas mentes de perfil psicopático ayunas de empatía por el sufrimiento de sus semejantes e indiferentes a la suerte no ya de los pueblos vecinos, sino del suyo propio. Ello se debe a que para alcanzar la máxima potestad en un gran territorio suele ser rentable la concertación de la mayor falta de escrúpulos con la astucia más sutil".
EL LIBRO COMO ALTAR PORTÁTIL
Que la nuestra sea una época que le ha dado la espalda a los libros (a despecho de que, gracias a la impresión digital bajo demanda, hoy se publican más títulos que nunca: en España, más de ¡80.000! cada año) acrecienta nuestro estupor ante lo que significaron, en términos no sólo de conocimiento, sino ante todo vivenciales, para las personas de otros tiempos. Pasma saber que, para ellas, poseer un libro, aunque se tratase de un humilde devocionario en el que se recogieran las oraciones que se debían entonar todos los días, lejos de significar una práctica mundana, incluso banal, se revestía de una auténtica dimensión mística, trascendente. Es por ello que, en cierta ocasión, he llegado a hablar del libro como altar portátil.
ROBERTO JUARROZ:Que la nuestra sea una época que le ha dado la espalda a los libros (a despecho de que, gracias a la impresión digital bajo demanda, hoy se publican más títulos que nunca: en España, más de ¡80.000! cada año) acrecienta nuestro estupor ante lo que significaron, en términos no sólo de conocimiento, sino ante todo vivenciales, para las personas de otros tiempos. Pasma saber que, para ellas, poseer un libro, aunque se tratase de un humilde devocionario en el que se recogieran las oraciones que se debían entonar todos los días, lejos de significar una práctica mundana, incluso banal, se revestía de una auténtica dimensión mística, trascendente. Es por ello que, en cierta ocasión, he llegado a hablar del libro como altar portátil.
LA CREACIÓN DE UNA NUEVA PALABRA
El poeta argentino Roberto Juarroz (Coronel Dorrego,1925, Temperley, Buenos Aires,1995) constituye un ejemplo perfecto de escritor autoconsciente de sí mismo y de la tarea acometida en su obra, hasta el punto de que, excepto algunos, no muchos, poemas, el grueso de su producción se agrupa bajo el título “Poesía Vertical”, formada por trece volúmenes publicados en vida, más otro último, póstumo, y algunos poemas posteriores sueltos. Así, esa única obra, desplegada en sucesivas entregas, como ramas salidas de un único tronco y de una sola tierra nutricia, puede entenderse como una sucesiva profundización de unos pocos temas que la recorren y vertebran por entero, o quizá mejor dicho, de uno solo, con varios rostros: el sentido de la creación poética; la función del poeta y su palabra; la posibilidad de una experiencia poética omnicomprensiva de la Realidad. LEER MÁS
LA POESÍA CUÁNTICA DE BASARAB NICOLESCU
En este denso y atento análisis de los Teoremas poéticos del físico rumano, se define al ser humano como un buscador del sentido profundo por debajo de la apariencia contradictoria de la presencia-ausencia de las cosas. Y es que no es sino en la experiencia interior donde el sentido nace. De esta forma, los poetas, “que usan las palabras como objeto de investigación de lo que está más allá de las palabras”, serían los “físicos del sentido”, aquellos que se mueven en el ámbito omniabarcante de la lógica ternaria del tercero incluido. LEER MÁS
ADIÓS A LAS LIBRERÍAS
Decenas, cientos de autores de referencia, cuya solvencia está fuera de toda duda, no encuentran acomodo en las librerías del siglo XXI. Sin embargo, miles de alfeñiques literarios acaparan toda la atención de unos lectores que, eso sí, se verán a sí mismos como detentores de una alta capacidad crítica, pues... ¡están al día! La actualidad lo devora todo en el altar del instante; no hay tiempo para emplear lo que se lee en madurar un pensamiento propio, en entablar una relación dialéctica con lo leído: hay que leer mucho y rápido, opinar a bote pronto y pasar a toda velocidad al próximo título, ¡la farsa debe continuar! LEER MÁS
KAFKA: LA CONDENA DE SER ACUSADO
En un sentido profundo, el dedo que acusó forma parte de la mano que castiga. O, dicho a la inversa, el índice que aprieta el gatillo es el mismo que antes señaló la pieza. El vínculo entre la hostilidad de la acusación, la vergüenza que siente el señalado, el sentimiento íntimo de culpa y el castigo exterior ha sido expuesto por Franz Kafka a la cruda luz de su escritorio. El nexo que advirtió Kafka entre la acusación y la condena se reduce al más simple de los enunciados posibles: la condena consiste en la acusación. Esa equiparación entre acusación pública y condena revela el significado social de la acción de acusar en voz alta o por escrito que cualquier grupo emprende contra uno de sus miembros. LEER MÁS