Antonio Reinoso Lamela.- A pesar de su nombre, los Teoremas poéticos de Basarab Nicolescu no es un libro de poesía. Pero tampoco de matemáticas, ni de filosofía, ni siquiera de aforismos. Para empezar, diremos que se trata de un libro escrito por un físico, por un gran físico, especialista en la teoría de partículas elementales, rumano de nacimiento, que ha desarrollado, y desarrolla aún, su labor docente e investigadora a caballo entre Francia y su país natal. Continuador de una larga dinastía de físicos teóricos con una fuerte cultura e intereses filosóficos y humanistas: Planck, Bohr, Einstein, Pauli, Heisenberg, Bohm, etc. El eje principal de sus estudios no técnicos puede resumirse en la palabra “transdisciplinariedad”, que Basarab mismo define como “la necesidad de una feliz transgresión de las fronteras entre las disciplinas” (La transdisciplinariedad. Manifiesto), en la cual el Sujeto vuelva a ocupar el lugar que le corresponde en el proceso del conocimiento y en el descubrimiento de la Realidad.
Según palabras del autor en el prólogo del libro, este surgió de la interacción y el diálogo de varios escritores y filósofos, entre los que se encontraba él mismo, junto con Michael Camus y Roberto Juarroz; y su formulación concreta en forma de teoremas, de la necesidad impuesta por la limitación del tiempo y la infinidad de cosas por decir. En efecto, como afirma el autor, el desarrollo de estos teoremas necesitaría cada uno un libro para explicitar de la forma académica, tradicional, todo su contenido. Nicolescu, pues, ha impuesto al libro una forma abierta, “teorema de teoremas”, para que el lector, a su gusto, escoja la manera que mejor le parezca de abordarlo y de leerlo. La fragmentariedad aparente de su forma se correspondería, así, con la esencial apertura (béance) que el fondo exige. Apertura a lo “trans”, a lo que atraviesa el espacio vacío entre las distintas disciplinas y niveles de la Realidad, como las mismas partículas elementales hacen en el espacio cuántico.
De esta forma, el capítulo primero se consagra al estudio de un concepto clave en la visión del autor sobre la Realidad: lo que denomina, “Niveles de Realidad”. La Realidad se presentaría a nuestra mirada, según él, estratificada en distintos niveles. El salto de un nivel a otro es cuántico, discontinuo, lo cual, por otra parte, es fundamento de nuestra libertad. La evolución, palabra clave, se mueve también de esta forma, a saltos, siendo esta “la palabra clave para explicar el universo entero”. Su contrario, la involución, encarnaría el mal en el mundo. Pero la pareja evolución(bien)-involución(mal) es indisociable, porque todas las parejas de contrarios lo son. Aquí radica el misterio de la palabra poética, viviente, la sede radical del sentido profundo de la poesía, de la dimensión poética de la existencia, pues el milagro consiste en la “acción de un nivel de Realidad sobre otro”, y la palabra viviente es “el relámpago atravesando en un solo instante todos los niveles de Realidad”. Surge aquí una dimensión parecida a la heideggeriana del hombre como “pastor del Ser”; en efecto, para Nicolescu, el hombre es el eslabón perdido entre todos los niveles de Realidad. De esta forma, el goce de vivir es “la percepción simultánea de todos los niveles de Realidad”, algo parecido a la experiencia que nos cuentan los místicos.
Al igual que hay niveles de Realidad, también hay niveles de Razón (capítulo II); y, de igual forma que podemos reducir la infinita diversidad de lo real a un solo nivel, podemos contraer la razón a una sola capa. Esta es la sede y el campo de acción de la lógica binaria, creación mental humana, fuente de la fragmentación del universo, y, aparte de otras consecuencias positivas, de la infinidad de calamidades que en nombre de ella se han producido, y de la que en el siglo XX conocemos tan terribles ejemplos. Pero, ¿cómo salir de esa razón pequeña, fragmentada? Pues con la misma Razón y el arma infalible que esta nos ofrece, nos dice Nicolescu: la apertura de la contradicción, pues “en la apertura de la contradicción se abre la puerta de lo infinitamente consciente”. Y con la risa irresistible ante la “toma de consciencia de la contradicción inherente a todo fenómeno de la Realidad”.
Así, pues, frente a la lógica binaria requerida por las estrecheces de nuestro cálculo mental, se postula la lógica ternaria salvadora, abierta al fundamento sin fondo del mundo. La Razón, entonces, ha de hacerse viviente, para poder ver la luz en el centro del misterio, la Evidencia Absoluta que es el “secreto de los secretos”. ¿Cómo conciliar, pues, la “evidencia a-lógica de lo indecible y la aproximación lógica de lo decible?”, o dicho de otro modo: ¿cómo hallar esa luz interior que nos esclarezca la visión? De esta necesidad surge el sentido profundo de la poesía, hecha de palabras que quieren ir más allá de su significado inmediato para adentrarse en la evidencia de lo que no se puede decir.
Ahora bien, esa misma vocación se encuentra en la entraña de la misma ciencia bien entendida (capítulo III), cuyos tres postulados básicos -a saber: la existencia de leyes universales, la posibilidad de su descubrimiento, y la perfecta reproductibilidad de sus resultados- la abren hacia el hombre y la Tradición en él basada, pues la ciencia nueva está abocada a su encuentro con él, rescatándolo del olvido en que lo tenía sumido la ciencia moderna: “La ciencia, el universo y el estudio del hombre se sostienen el uno al otro, pues sus tres postulados son isomorfos”.
"Toda ciencia no abierta al misterio de lo real
se ha impuesto una limitación arbitraria,
basada en los prejuicios de la lógica binaria".
Igualmente, la ciencia moderna encuentra en sus propios límites aquello que la limita: “lo ilimitado”. De manera que toda ciencia no abierta al misterio de lo real se ha impuesto una limitación arbitraria, basada en los prejuicios de la lógica binaria. En efecto, esta, al eliminar las preguntas sin respuesta, va de tautología en tautología, eliminando así el sentido profundo de la vida.
Somos, pues, buscadores del sentido (capítulo IV) profundo por debajo de la apariencia contradictoria de la presencia-ausencia de las cosas. Y no es sino en la experiencia interior donde el sentido nace. De esta forma, los poetas, “que usan las palabras como objeto de investigación de lo que está más allá de las palabras”, serían los “físicos del sentido”, aquellos que se mueven en el ámbito omniabarcante de la lógica ternaria del tercero incluido.
A los requerimientos de una Realidad diferenciada en niveles hay que responder, entonces, con una ciencia que esté a su altura: esta no es otra que la transdisciplinariedad (capítulo V), que trata de hallar el equilibrio entre el saber y el Ser, buscando la aproximación de las Ciencias humanas, las Ciencias exactas, el Arte y la Tradición. Para ello, no nos sirve el instrumento del que se valía la antigua ciencia, a saber, la lógica binaria; necesitamos otro: la lógica del tercero incluso, término inventado por Lupasco, de quien lo toma Nicolescu para superar las aporías a que nos conduce el uso exclusivo de la lógica aristotélica del tercero excluido. En esta nueva lógica, la lógica de la nueva disciplina, es posible salvar las contradicciones insolubles de la antigua, fundada en el axioma de identidad (A es A), de no contradicción (A no es no-A) y del tercero excluido (no existe un tercer término “T”, que es a la vez A y no-A). Esto parece evidente si adoptamos la perspectiva de un solo nivel de Realidad, pero si admitimos la existencia de varios de ellos, las aporías pueden resolverse, vistas desde un nuevo nivel superior que abarca al inferior, pero que también está abierto a ser abrazado por otro superior, en una cascada infinita de niveles de Realidad y de lógicas adaptadas a ellos. Aquí, el teorema de Gödel aparece con toda su vigencia, pues “la estructura gödeliana del conjunto de niveles de Realidad, asociada a la lógica del tercero incluido, implica la imposibilidad de construir una teoría completa para describir el paso de un nivel a otro, y, a fortiori, para describir el conjunto de los niveles de Realidad” (La transdisciplinariedad. Manifiesto). Nace de esta constatación la transfiguración de todas las disciplinas humanas: la transpolítica, el arte transfigurativo, la transreligión, la transhistoria; nuevo mundo lleno del silencio de la palabra poética.
Llegamos así al apartado que Nicolescu consagra a la Poética Cuántica (capítulo VI), fundada en el conocimiento del “tercero secretamente incluido”. Al igual que existen niveles de Realidad, entre los cuales la energía fluye misteriosamente de forma discontinua, movimiento que hace posible el nacimiento y evolución del universo, el imaginario poético nace de la percepción de la “respiración solidaria de los diferentes niveles de la Realidad”. Captar el instante presente, sede de una energía infinita (Primeité), lo inefable -acto científico y poético a la vez- se convierten en el objetivo esencial de la poesía, pues de la misma forma que la mecánica cuántica explica la mecánica externa del universo, la poesía explica su dinámica secreta. Así, el poeta puede descubrir que “en el grano de arena está todo el universo”.
"La poesía es infinita, pues se nutre
de la energía de la unidad cósmica"
Nicolescu concibe la poesía como el Gran Juego, y su rigor se le antoja infinitamente más grande que el del espíritu matemático, pues los poetas son los buscadores del tercero secretamente incluido, los que abren el lenguaje al “Gran Juego de Dados de lo indeterminado”. La poesía es infinita, pues se nutre de la energía de la unidad cósmica; la ecuación que mejor la define es Ciencia+Amor=Poesía. Nicolescu insiste en que no hay que identificar exactitud con rigor, pues hay definiciones exactas que matan el rigor, mientras que el poeta es riguroso en tanto se deja penetrar por todos los niveles de la Realidad. Llega a afirmar en este sentido que “no es Dios, sino la poesía, la que ha creado el mundo”, pues el acto creador no puede tener otro sentido que un acto de amor, integrador de todos los sentidos. Esto dota a la palabra de un poder inmenso: “la subversión poética es la que hace explotar el mundo”.
Si la modernidad ha sido, según Nicolescu, la fuente de los males actuales, al acometer la separación del Sujeto y el Objeto del conocimiento (basándose en el principio de no-contradicción) es preciso efectuar su sutura mediante una vuelta de la modernidad a su fuente. Ese es el cometido de la Cosmodernidad (capítulo VII), que realiza la unificación ternaria Sujeto-Objeto-Tercero secretamente incluido. Esto nos coloca en otro tipo de lógica, que evita las plagas del pensamiento binario y sus terribles consecuencias históricas, considerando lo poético como el fundamento del mundo, y el asombro como la única postura correcta frente al milagro del universo.
Es preciso crear, también, una nueva Filosofía de la Naturaleza para poder contemplarla como un organismo vivo, no como la máquina que era para el pensamiento y las ciencias modernas. El papel de las palabras es fundamental en esta tarea de un nuevo humanismo nuevo, el transhumanismo, y, para ello, debemos ignorar las palabras huecas y el ruido que producen, y adoptar la postura de los poetas cuánticos, que, frente a los “bellos habladores” que explotan las palabras por las palabras, han de constituirse en “espías de Dios”, el “el ejército de la nueva democracia”. Pues la revolución verdadera que el mundo necesita es la del reencuentro de la Ciencia con el Sentido.
"Frente a los bellos habladores
que explotan las palabras por las palabras,
los poetas cuánticos son los espías de Dios"
En contraste con el del Sentido, el reino de la estupidez, la bêtise (capítulo VIII) se instaura cuando se tiene en cuenta tan solo un nivel de la Realidad, producto de los prejuicios de la mente humana, que trastoca los lugares y las preeminencias, pero que es también prueba incontestable de su libertad. En efecto, todo en el mundo tiene su lugar y todo tiene su contrario, excepto la estupidez humana, que consiste en la “confusión de los lugares”, lo cual produce toda clase de plagas a la humanidad. El Poder es el objetivo de la estupidez, y el medio para lograrlo, la Gran Mentira, de la que se han valido “los Grandes Mentirosos de la humanidad”. Pero no se puede luchar contra la estupidez: hacerlo sería caer en su juego. Lo único que se precisa es “seducir amorosamente a su guardián”.
Por el contrario, la búsqueda de la Realidad y de su conocimiento nos lleva ineludiblemente al estudio de la Naturaleza (capítulo IX). Esta búsqueda comienza por el reconocimiento de que nos estamos sumergiendo en la búsqueda de “los fundamentos de un mundo sin fundamentos”: la Naturaleza, en su doble faceta de Naturaleza “naturante” y Naturaleza “naturada”, en sentido spinoziano, creadora y criatura de sí misma, de cuya interacción surge la triple naturaleza de la Naturaleza: Sobrenaturaleza, Naruraleza intermedia y Naturaleza “creatura” (créaturelle). De esa triple naturaleza de la Naturaleza surgen a su vez los diferentes niveles de la Realidad, y de ésta, los diferentes niveles de Razón, en una triple isomorfía que permite el conocimiento por parte del hombre. De ese isomorfismo de lo sin-fondo es de donde nace la interdependencia universal, siendo la energía el concepto unificador que todo lo engloba. De ella nacen a su vez las distintas condensaciones energéticas de la sustancia (condensación visible) y la información (código universal).
En este universo sin fondo, el Creador, Dios, aparece como la primera criatura, especie de demiurgo creador de las simetrías; en tanto que el diablo, figura imprescindible en esta cosmovisión, es visto como el principio de las rupturas de las simietrías, que permite el nacimiento del mundo que conocemos. Así, de la violación dentro de la ley misma es de donde surgen, primero, el Ser, del No-Ser; el Cosmos, del vacío cuántico; y la Vida, de la No-Vida. Son los saltos cuánticos los que permiten la aparición del universo, su evolución, y la aparición perenne de la novedad. En esta creación interminable de lo nuevo, el universo ha creado al hombre para verse a sí mismo, en un “acto supremo de narcisismo”. Esta autoorganización cósmica, por su parte, es la que permite la libertad humana, “forma superior de la cortesía divina”.
Atendiendo a esta complejidad de la Naturaleza, el hombre ha creado tres tipos de ciencia: las exactas (correspondiendo a la Naturaleza “Creatura”; las ciencias humanas (Naturaleza Intermedia); y las ciencias del tercero incluido (la Naturaleza Sobrenaturaleza). El papel cósmico del hombre, así, sería el de “velar para que la luz de la Evidencia Absoluta no se apague jamás”.
"Sólo podemos apreciar la resonancia
de todos los niveles de Realidad
cuando nos abrimos al ámbito de lo sagrado,
reino de la palabra poética"
De este modo, podemos apreciar que la única forma lógica adecuada para esta búsqueda humana del sentido del universo es la del Tercero secretamente incluso (capítulo X), que reemplaza al pensamiento binario, que no puede comprender la mente humana por sí misma. Si la lógica del tercero excluido se mueve en un solo nivel de Realidad, y nos sirve para sobrevivir, la del tercero secretamente incluido nos permitiría vivir. Al adoptar esta última lógica “podemos apreciar la resonancia de todos los niveles de Realidad”. Y esto es solo privilegio del hombre, cuando este se aleja de su manipulación, abriéndose al ámbito de lo sagrado, reino de la palabra poética. Es la proyección de “T” sobre un mismo nivel de Realidad lo que produce la apariencia de pares antagónicos, mutuamente exclusivos. (Recordemos en este punto que la comprensión del axioma del tercero incluido, a saber, existe un tercer término, “T”, que es a la vez A y no-A, se aclara completamente cuando se introduce la noción de niveles de Realidad). Por ejemplo, A y no-A, onda-corpúsculo: el tercer dinamismo, el del estado “T”, se ejerce a otro nivel de Realidad, donde eso que aparece desunido (onda o corpúsculo), es de hecho unido y eso que aparece como contradictorio es percibido como no-contradictorio” (loc. cit.). Este tipo de lógico superaría las oposiciones hegelianas aparentes (tesis-antítesis), y su supuesta reconciliación (en la síntesis) por contradicciones verdaderamente fecundas.
Al afrontar la cuestión de Dios (capítulo XI), Nicolescu afirma que este es un problema falso, pues tanto su posible demostración como su eventual refutación no son sino el producto de una lógica binaria cuyo resultado es la creación del cadáver de Dios del que se nutren tanto nihilistas como ateos o científicos, “que se presentan como mendigos a las puertas de lo sagrado”. Frente al pensamiento binario, nos dice, hay que apostar por una tercera posibilidad, la del Tercero secretamente incluido, que nos conduce al “orgasmo de Dios”, mediante la “ebriedad infinita, el vértigo infinito y la lucidez infinita”. Al mismo tiempo, y para explicar el desorden, a partir del cual puede engendrarse el orden, es necesario acudir a la noción de Diablo, “el más grande aliado de Dios en el Gran Juego de la mayéutica” del dar a luz universal de todo lo creado. A este orgasmo de Dios que para Nicolescu es el universo, nos podemos acercar por tres vías: mediante el conocimiento científico (“descripción del orgasmo”); mediante la experiencia (“dejarse penetrar por Dios”); mediante el conocimiento poético (“celebración del orgasmo de Dios”). De esta forma, el big-bang es considerado como una "explosión poética”. Finalmente, y atendiendo a la lógica del tercero incluido, no existe prueba de Dios, ya que él es la Absoluta Evidencia.
"El universo, según Nicolescu,
es el orgasmo de Dios"
El nacimiento del hombre, su vida y su muerte (capítulo XII), aparecen como una estrategia universal, siendo la estrategia del hombre su nuevo nacimiento, “obra más grande que el nacimiento del universo mismo”. Para este fin, Dios ha de separarse de sí mismo, sacrificándose, para, de esa forma, darnos la libertad y la alegría de vivir. Vista desde esta perspectiva, la muerte, “la pequeña muerte de todos los días”, es una preparación para la muerte grande, pero también, si queremos vivir, tenemos que “pensar nuestra propia muerte”.
El sentido de la vida no es otro que el de hacer posible lo imposible, mediante el salto cuántico que hace posible el milagro, pues “si una ínfima fracción de segundo ha bastado para construir todo el universo, ¿cuánto del universo podemos engendrar en una vida humana?”. El sentido de la muerte en Nicolescu parece distinguir entre la muerte del pequeño “yo”, el sí mismo, como el precio a pagar para el nacimiento de la verdadera vida, la del Yo con mayúscula.
En este sentido, la historia humana sería la prehistoria de un despertar, de un nuevo nacimiento que escapará de la irreversibilidad del tiempo (la reproducción), para dar a luz el nuevo ser humano, ya no en sentido meramente biológico, sino plenamente humano, que alumbrará el sentido de su propia vida y del mundo conjuntamente (el auto-nacimiento). Este nuevo nacimiento escapa a la irreversibilidad de la muerte, y hace innecesario preguntarse por la existencia de una vida detrás de la muerte, pues solo existen “la vida después de la vida y la muerte después de la muerte”.
Con ello llegamos al último capítulo del libro, consagrado al “Yo”, criatura de dos mundos, entre el espacio y el tiempo de la lógica de los que se nutre para descubrir el ser interior mediante una “inmensa abertura a-espacial, a-temporal y a-lógica”. Nicolescu termina el libro con este capítulo, ya que para emprender el camino del conocimiento, la única vía comienza con uno mismo: la auto-iniciación. Pero este viaje de sí mismo a sí mismo es infinito, pues es preciso un salto cuántico como el de las partículas elementales. Abiertos al infinito y a lo desconocido, es como hallamos la libertad, y quedamos comprometidos con la transmisión del misterio.
"Abiertos al infinito y a lo desconocido
es como hallamos la libertad"
Dijimos más arriba que el camino comienza con uno mismo; pues bien, la mejor arma para alumbrarse es la atención, el Gran Silencio sin límite, que genera la neguentropía, entropía negativa, dejándonos arrastrar por ella. El final del camino del autoconocimiento no es otro que arribar a las orillas del Gran-Desconocido, Yo mismo. Por eso, Nicolescu afirma que “el descubrimiento de lo desconocido es el fulgurante reencuentro con uno mismo”. Para este viaje no hay maestros: uno ha de ser maestro de sí mismo. Y dándole una dimensión cósmica a esta tarea, Nicolescu afirma que la gran unificación, para comenzar, ha de hacerlo por la del hombre consigo mismo, siendo el poder de lo mental un peligro para el hallazgo de lo verdaderamente importante, al volvernos ciegos para apreciar el Tercero secretamente incluido. En este camino de la vida hacia la vida, realmente no hay que hacer nada, ni dejarse embrollar por los problemas del mundo, sino simplemente vivir, es decir, “dejar actuar en uno mismo la discontinuidad”. Búsqueda abierta, sin la mediación del pensamiento, que no llega a parte alguna sino a sí mismo, armada del silencio que abre la potencialidad de lo real, la señal más evidente cuya culminación es la alegría, “medida de la Realidad Absoluta”.