
Los textos incluidos en Diapsálmata, a caballo entre el aforismo, el apunte y el microrrelato, fueron escritos con absoluta libertad plástica, y siguen generando debate y sorprendiendo a los lectores. Escritos en 1843, al comienzo de su carrera literaria, los textos breves que componen Diapsálmata (palabra de origen griego que puede traducirse como «entre salmos») pertenecen a la parte de la obra de Kierkegaard agrupada en los denominados «estudios estéticos». Son anotaciones breves en las que se refleja su estado de ánimo, el sinsentido y la desesperación ante la vida, y la lucha que sostenía para sobreponerse ante las adversidades y dudas, sin por ello sacrificar la libertad y la ironía, que, como dijo en una ocasión, impregnaban toda su existencia.
Esta nueva traducción de Diapsálmata, volcada del danés directamente por Enrique Bernárdez y acompañada de una introducción realizada por él mismo, se justifica en parte por el maltrato sufrido por los textos de este autor en las ediciones en español, unas veces debido a la censura, otras por tratarse de versiones de otras lenguas o, simplemente, por la hostilidad de determinadas corrientes filosóficas o religiosas a su aparente existencialismo.
Contrario a los sistemas filosóficos establecidos en su época, principalmente el de Hegel, Kierkegaard pensaba que la razón que pretendían imponer perjudicaba a la creatividad y singularidad de la persona, por lo que optó por pronunciarse en sentido opuesto, enfrentándose a la dificultad y manteniendo vivo el espíritu a través de la ironía. Conocido como el «Sócrates del Norte», se servía de ésta, al igual que el filósofo de la antigua Grecia, como un arma contra el todo normativismo.
La lectura de Diapsálmata no dejará indiferente a nadie. Cada lector podrá extraer sus propias conclusiones, algo que por otra parte encaja con el concepto de la diversidad humana postulado por Kierkegaard, y diametralmente opuesto al ideal uniformador de la razón anhelado por los pensadores contra los que bregó durante toda su vida.
S. Kierkegaard, Diapsálmata. Trad. de Enrique Bernárdez. Hermida Editores, Madrid, 2015. 79 páginas.
Pensamientos de intemperie constituye una excelente ocasión para constatar que el género aforístico en España está en buenas manos, y se encuentra muy lejos de ceder a los cantos de sirena de la facilidad y el ingenio barato, proporcionándonos por el contrario numerosas ocasiones para el deleite intelectual, estético y moral. No en vano, este libro no ha sido escrito en un rapto de la inspiración momentánea, sino que es una amplia y cuidadosa selección de los cuadernos que, durante años, ha ido escribiendo Neila, poseedor de un dominio de la técnica fragmentaria y profundor conocedor del género. El resultado debe calificarse de un completo acierto. LEER MÁS
ELOGIO DEL AFORISMO
Un aforismo puede ser una minúscula obra maestra. Cuando el humorista Lichtenberg apunta "Aquel hombre era tan inteligente que casi no servía para nada", hace una broma inolvidable. Al escribir el sutil Joubert "Cuando mis amigos son tuertos los miro de perfil", dice en pocas palabras algo admirable. El aforismo del cáustico Chamfort "Sé mi hermano o te mato", hace una crítica profunda a los excesos de la Revolución Francesa. Los aforismos en su brevedad demuestran la increíble fuerza de las palabras. LEER MÁS
MARZAL Y EL ECOSISTEMA DE LAS PARADOJAS
La arquitectura del aire (el primer libro de aforismos del poeta y narrador Carlos Marzal) está plagada de paradojas, al menos en apariencia. Puede que las tres cuartas partes de los aforismos contenidos en este libro sean paradójicos: retruécanos, juegos invertidos, afirmaciones que, al asomarse a su propio espejo, cambian de sentido... La técnica incluso se hace, por momentos, fatigosa, incurriendo en cierto automatismo, como el propio Marzal no puede dejar de constatar: "Si no es algo y su contrario, apenas me interesa". Claro que eso extraña muchos riesgos... LEER MÁS
BLANCHOT Y EL AFORISMO COMO ALIANZA
Según Blanchot, el aforismo obliga al lenguaje a traicionar la tiranía de la conciencia y a erigirse él mismo como objeto puro del pensamiento, como existencia autónoma de las palabras. Más aún: el aforismo conserva la fuerza esencial de la experiencia sólo porque suscita en las palabras un movimiento reflejo que, a su manera, rinde un homenaje (póstumo, eso sí) a la simultaneidad de esta experiencia. El aforismo no trata de traducir en palabras la experiencia, sino al contrario, pretende suscitar de las palabras una forma de vivencia original y, al mismo tiempo, absolutamente monstruosa: la de la catástrofe del lenguaje, el cual ha renunciado a dar cuenta del mundo y trata, a cambio, de construirlo (pieza a pieza) de nuevo. LEER MÁS

Argentino como él, Alejandro Lanús utiliza la contradicción porchiana como método de investigación de aquello que le obsesiona: “Todo me habita, excepto yo”. Esta utilización técnica de la contradicción no solo encuentra verdades inéditas en los arabescos del lenguaje, sino que dinamita lo que consideramos como lógico para hacer ver las trampas de las palabras y el coto reducido que la lógica misma tiene sobre la realidad. “Las alturas bajan, subiendo”, decía Porchia, aquel hombre extraordinario que vivía con la misma gravosa austeridad su propia existencia y su relación con las palabras. LEER MÁS
FRAGMENTO VS. AFORISMO
El aforismo o el axioma defienden la inmediatez del objeto del conocimiento ante la conciencia (aunque su naturaleza sea oscura, como en Heráclito); la del fragmento establece una dificultad apriorística en la capacidad del sujeto por aprehender el objeto. La diferencia estriba en el verbo ser. Desde el punto de vista del conocimiento, el aforismo trata con la realidad de forma directa, conformando su idea previa de que existe un contacto inmediato entre el objeto de conocimiento y el sujeto que lo aprehende; mientras que el fragmento, indirecto, incompleto y dubitativo, oscila con respecto de la posición del sujeto ante su objeto. LEER MÁS