León Molina nació en Cuba en 1959 y se trasladó a España en 1966. Actualmente su vida se reparte entre la ciudad de Albacete y la aldea de Yetas, en el municipio de Nerpio. Se define a sí mismo como "un empedernido lector de poesía y apasionado observador de la naturaleza". Entre sus libros se encuentran Señales en los puentes, El son acordado o Ruinas. Una muestra de su poesia fue recogida en la antología titulada Confitería.
Creación: irrupción del silencio en el ruido de nuestra
inteligencia.
A veces hablamos con suficiencia de la estupidez humana como
si no perteneciéramos a la especie.
Se paran los paradigmas y abren paso al poeta que pasa.
La felicidad tiene poco que ver con la felicidad.
Lo indeterminado determina la inteligencia.
En la naturaleza todo es mecánico, pero de múltiples
mecánicas que se entrecruzan e influyen hasta el punto de hacerse
irreconocibles.
La naturaleza en el arte refleja una pérdida.
Sin la ambigüedad del significado el poeta moriría de
tristeza, el filósofo de hambre.
La inteligencia humana, más que progresar acumula. La
civilización es un inmenso trastero abarrotado.
El reconocimiento de un error propio casi siempre es un
repliegue táctico.
Cada buena idea engendra un mal hábito.
La voluntad es una fuerza infalible sólo si falla de vez en
cuando.
La inteligencia que no divaga produce pensamientos
distróficos.
Si separamos del amor las pulsiones fisiológicas, lo que
queda casi siempre es una variada gama de patologías sociales y de conducta
cocinándose a fuego lento en misteriosas sensaciones. De modo que sin duda es
mejor no separarlo.
Vengarse de sí mismo es el motor vital de mucha gente. Lo
llaman “reivindicarse”.
La felicidad es la retórica de la alegría.
La originalidad es una máquina de triturar poetas.
La verdad sólo se sostiene apuntalada por el escepticismo. Y
el escepticismo se sostiene apuntalado por algunas verdades. La verdad es por
tanto un continuo viaje de sí misma a su negación. La verdad es movimiento.
Todo pensar es finalista. Salvo la contemplación, que es
pensamiento sincrónico.
Frecuentemente los “defensores de causas” son personas poco
capaces de un proyecto para ser alguien; gente sin causa propia.
Los fanáticos son estúpidos que se tropezaron con una
convicción.
El escepticismo radical disuelve al escéptico.
La melancolía, si hace bien su trabajo, nos conduce a la
alegría.
Un pusilánime que se decide a actuar se convierte en alguien
peligroso.
El que contempla y lo contemplado configuran un pequeño
mundo.
Ninguna semilla de lo aprendido germina hasta que no pasa el
invierno de la vanidad.
En un mundo lleno de respuestas, moderación en las
preguntas.
No hay nada peor para la libertad que un libertador.
Para ser prudente hay que ser valiente.
El purista olvida que el arte que desea congelar se concibió
con calor, con sudor e intercambio de fluidos.
No hay arte sin riesgo. Lo cual no convierte en arte las
caídas, los trompazos y las magulladuras.
Seducir es inducir sin aducir.
La astucia es la valentía de los cobardes.
Unas gotas de malicia. Las justas para evitar la maldad.
La persona que no es capaz de soledad sólo entabla con los
demás relaciones de tipo mercantil.
Lo que realmente aflige de la muerte es que el mundo sigue.
Los gobernantes modernos creen que su trabajo es hacer
leyes.
El que puede no necesita el poder.
Se suele decir que la muerte priva de sentido a la vida.
¿Pero qué sentido tendría una vida sin la muerte? Lo que priva de sentido a la
vida es la vida misma. Ese es su sentido.
Lo que se demuestra pierde interés.
La bondad no está mal. Pero le falta algo.
La religión es a la existencia humana lo que la astrología
al Universo.
Las llamadas ciencias sociales modernas son efluvios, con
frecuencia tóxicos, que se producen cuando se sumerge la filosofía en una
solución estadística.
Un aforismo puede ser una minúscula obra maestra. Cuando el humorista Lichtenberg apunta "Aquel hombre era tan inteligente que casi no servía para nada", hace una broma inolvidable. Al escribir el sutil Joubert "Cuando mis amigos son tuertos los miro de perfil", dice en pocas palabras algo admirable. El aforismo del cáustico Chamfort "Sé mi hermano o te mato", hace una crítica profunda a los excesos de la Revolución Francesa. Los aforismos en su brevedad demuestran la increíble fuerza de las palabras. LEER MÁS
MARZAL Y EL ECOSISTEMA DE LAS PARADOJAS
La arquitectura del aire (el primer libro de aforismos del poeta y narrador Carlos Marzal) está plagada de paradojas, al menos en apariencia. Puede que las tres cuartas partes de los aforismos contenidos en este libro sean paradójicos: retruécanos, juegos invertidos, afirmaciones que, al asomarse a su propio espejo, cambian de sentido... La técnica incluso se hace, por momentos, fatigosa, incurriendo en cierto automatismo, como el propio Marzal no puede dejar de constatar: "Si no es algo y su contrario, apenas me interesa". Claro que eso extraña muchos riesgos... LEER MÁS
BLANCHOT Y EL AFORISMO COMO ALIANZA
Según Blanchot, el aforismo obliga al lenguaje a traicionar la tiranía de la conciencia y a erigirse él mismo como objeto puro del pensamiento, como existencia autónoma de las palabras. Más aún: el aforismo conserva la fuerza esencial de la experiencia sólo porque suscita en las palabras un movimiento reflejo que, a su manera, rinde un homenaje (póstumo, eso sí) a la simultaneidad de esta experiencia. El aforismo no trata de traducir en palabras la experiencia, sino al contrario, pretende suscitar de las palabras una forma de vivencia original y, al mismo tiempo, absolutamente monstruosa: la de la catástrofe del lenguaje, el cual ha renunciado a dar cuenta del mundo y trata, a cambio, de construirlo (pieza a pieza) de nuevo. LEER MÁS