Decir basta a lo absurdo


Eva Márquez.- No. No es un manual  de instrucciones para amar, ni tan siquiera es una advertencia de los descalabros de la vida. Quien conozca a Miriam Nisa sabrá encontrar en cada uno de sus versos una complicidad que la delate, y quien no, deberá lanzarse a su universo como ella quiere, a su estilo, saltando sin red, yendo de su mano y desvelando sus versos a la vez que los desnuda de la ropa que los cubre de la lluvia, el hielo, la niebla, la nieve, la escarcha, el viento, entregándose  a ellos como en una comunión pagana y enterarse de qué va el mundo, su universo cromático de azul cobalto, su soledad de nicho enfoscado, su largo grito y sus besos de cristal roto.

Antiprimavera arrastra al lector a un mundo al margen de los versos convencionales, como La novia del viento, de Oskar Kokoschka, a través de una llamada de jaculatoria mágica, no como lamento, sino para exorcizarse ("versos sin dolor para el dolor"), versos purificadores ("lluvias de mis ojos podrían apagarlo mis adentros fríos"), no suplica, sino que se limpia con ellos ("limpiarme bajo la lluvia"). El agua, tan presente en sus poemas la embadurna de esperanza, la libera, le da fuerzas para volver a empezar, como una crisálida que en su metempsicosis le otorga nuevas oportunidades. No hay fin, sino vuelta a empezar. Renace de nuevo ("después de distintas muertes he nacido de nuevo"). No es un canto al dolor ni a la desesperación, a pesar de las imágenes lúgubres de reflejo de charca, bosques oscuros y ramas heladas. Le planta cara a lo funesto con su Antiprimavera ("es mentira el olor de azahar"), lo cual,  aparentemente, puede parecer que es la derrota, pero hay que mirar su envés, si no, no soñaría con "una improvisación en un encuentro", ni tampoco querría tragarse las esquinas.

Todo lo que no derrocha el señor Scrooge lo esparce ella, su sensibilidad apasionada está desparramada en  cada una de las palabras que  trastoca como una ninfa de piel nacarada convirtiendo el dolor en coraje, llegando a transformar al lector en su proceso creador. Lo convulsiona con la aparición  de Linda Lee, la mujer de Bukowski, como la encarnación de la musa,  objeto poético en sí mismo, la que se sienta en el despacho de Hank y se pregunta "dónde se le da sepultura a un sueño": aquí, Linda es lo que pudo haber escrito, sentido, amado, sufrido, besado, esto es su soledad o desperdicio, es la que deshoja cipreses, la que sabe de ausencias, de frialdades, y de vacíos. El amor no es el aliado de la Antiprimavera, pero sí lo es de los sueños ("soñó que el poeta untaba sus pétalos de chocolate"). Hank traspasa a Linda como la lluvia, un amor con goteras, e hiriente reflejada en los versos más dolorosos de todo el poemario, un verso sentencioso, donde el erotismo no está solo, sino acompañado de una brutal emoción ("¿Dónde enviar esta ternura solitaria?").

Miriam Nisa nos da las claves de una entramada galería de sentimientos que habitan en su estilo de escritura y conviven con el malicioso y nectáreo sabor de los estados de su alma pellizcada como ropa tendida, un alma vapuleada por el viento y expuesta al son de un devenir agónico pero a la vez un alma colmada de una resistencia de inagotable torrente de vida: no trata de darnos respuestas a insolubles problemas, pero sí nos zarandea y seduce con conmovedoras imágenes y versos furibundos que contrastan con una decadencia  de carretera de Sintra acompañada de las suaves notas melódicas de Wim Mertens. Sus próceres fetiches están presentes, Pessoa, Maillard, Szymborska, todos ellos tienen un poco de Linda que se mezclan con el intenso lirismo creador. Con ellos, bebe, fuma y llora. Porque para saber amar no basta con haber vivido, hay que saber besar, quien no besa no ama. El recuerdo de la ausencia, el dolor y el trasiego diario nos enseñan a ello.

La autora ha sabido describir toda la amalgama de sensaciones con una precisión atómica, desmenuzando cada sentimiento, convirtiéndose el poemario en un espejo donde vemos reflejados, los delirios, grandezas y agravios de dolor y des-amor, dos mundos equidistantes pero complementarios, no se entiende la vida sin ello. Todos sus poemas emanan un entusiasmo y  catártico paroxismo que impiden que sucumba al olvido cada uno de sus deseos, arrastrándose así ineludiblemente al hallazgo de un resquicio de esperanza. Su dolor no es un fin en sí mismo, ni Miriam se regocija en el fracaso indeleble ni en el encanto de las mariposas, al contrario, atrae de manera incondicional ráfagas de enardecimiento mediante el magnetismo de sus vocablos. Vivifica cada verso, lo eterniza, y nos da la ocasión de atravesar sus recuerdos, nostalgias, atrevimientos y soledades.

Ella escribe garabatos, atrapa musas, lo suyo no es una estrategia amatoria, es su manera de decir basta a lo absurdo, invoca a los versos locos, necesarios, de tinta roja, de plástico, expropiados y extinguidos, versos que provocan al deseo, versos que no son mirada, ni contemplación, sino una transfusión de su alma: el deseo también se dona a almas anémicas y sedientas de besos que traspasen de boca a boca el pacharán, versos como regazos, versos con olor a mar que le traen a su estrella afectuosa, una luminosa que la está mirando, y ella sabe que se la devolverá el mar (lo presiente), y yo sé que sí, a ella no se le ha olvidado y "todo habrá merecido la pena".


Miriam Nisa, Antiprimavera. Soñando a Bukowski. Kronos Ediciones, Sevilla, 2013.





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