

La continua negación, la contradicción no solo como método de búsqueda o incluso de belleza, sino también como evidencia de una continua tensión del pensamiento, no lleva jamás a la armonía y a la paz del entendimiento, sino a una peregrinación incierta a través de la cual -y solo a través de la cual- emerge el pensamiento; no se trata, por tanto, de un pensamiento que tiene que hacer frente a sus aporías -como sucede, por ejemplo, en la filosofía tradicional-, sino que es en medio de la aporía, y gracias a ella, que surge el pensamiento: “De pronto emerjo entre fragmentos”, reconoce nuestro autor. El pensamiento agradece a la aporía su nacimiento y a la vez reniega de ella en la medida en que se sabe conexión incierta entre oscuras verdades. De ahí el nacimiento inevitable de la contradicción: “El padecimiento está en el pensamiento”. El aforismo es en este autor un lugar de orfandad metafísica, que no obstante es la garantía de su ser.
Orfandad como garantía de ser, incertidumbre como materia propia del ser y del pensar. Tal es, quizás, el lugar desde el que piensan -y habitan- seres como Lanús y Porchía, en un diálogo -¿monólogo?- con las estrellas. “Me sostengo donde nada se sostiene”, dice el argentino; el hogar es el único lugar donde no es posible pensar el hogar. Este exilio metafísico, enclavado sobre la incertidumbre epistemológica que lo caracteriza, no es sin embargo obstáculo para una serena y profunda meditación que tiene por resultado una sabiduría privilegio solo de seres como Porchia. Es gracias a esta sabiduría que Lanús puede decir cosas como ésta: “Muy pocos conocen su propio bien, pero casi todos reclaman el bien común”. Y que cuando ha de dictaminar sobre las cosas temporales de este mundo, no tiene remilgos en hacerlo: “La parte de la humanidad que no conoce el hambre tiene en su poder la pobreza del mundo”.
¿Será entonces que incluso en esas “astillas” que son estos fragmentos no solo hay pobreza y austeridad -como en Porchia- sino también destellos de sabiduría, auténticas síntesis en miniatura de vastos conocimientos? Pero con esta pregunta, ¿no cerramos el círculo con el que comenzamos? ¿No estamos como al principio? Quizás habrá que decir que cada vez que nos sumergimos en este género -y sobre todo en la forma en la que lo trabajan Porchia y Lanús- es el abismo el que se presenta ante nosotros. Abismo que no falta en Lanús a lo largo de su obra, abismo que es la savia en la que bebe su sabiduría: “Nos fundimos en un abismo. Para no caer”. Pero por ser indefinición, el abismo es también esperanza e inicio perpetuo. Donde no hay límites, no debe haber tampoco resignación. La voz que “emerge como fragmentos”, al decir de Lanús, es siempre una voz renacida, una promesa de voz indeterminada en el tiempo. ¿Quién es entonces nuestro autor? Él mismo nos responde: “Qué decir de mí... salvo que estoy partiendo”. El inicio perpetuo es esperanza.
NEILA Y LA ESCRITURA FRAGMENTARIA
Pensamientos de intemperie constituye una excelente ocasión para constatar que el género aforístico en España está en buenas manos, y se encuentra muy lejos de ceder a los cantos de sirena de la facilidad y el ingenio barato, proporcionándonos por el contrario numerosas ocasiones para el deleite intelectual, estético y moral. No en vano, este libro no ha sido escrito en un rapto de la inspiración momentánea, sino que es una amplia y cuidadosa selección de los cuadernos que, durante años, ha ido escribiendo Neila, poseedor de un dominio de la técnica fragmentaria y profundor conocedor del género. El resultado debe calificarse de un completo acierto. LEER MÁS
ELOGIO DEL AFORISMO
Un aforismo puede ser una minúscula obra maestra. Cuando el humorista Lichtenberg apunta "Aquel hombre era tan inteligente que casi no servía para nada", hace una broma inolvidable. Al escribir el sutil Joubert "Cuando mis amigos son tuertos los miro de perfil", dice en pocas palabras algo admirable. El aforismo del cáustico Chamfort "Sé mi hermano o te mato", hace una crítica profunda a los excesos de la Revolución Francesa. Los aforismos en su brevedad demuestran la increíble fuerza de las palabras. LEER MÁS

BLANCHOT Y EL AFORISMO COMO ALIANZA
Según Blanchot, el aforismo obliga al lenguaje a traicionar la tiranía de la conciencia y a erigirse él mismo como objeto puro del pensamiento, como existencia autónoma de las palabras. Más aún: el aforismo conserva la fuerza esencial de la experiencia sólo porque suscita en las palabras un movimiento reflejo que, a su manera, rinde un homenaje (póstumo, eso sí) a la simultaneidad de esta experiencia. El aforismo no trata de traducir en palabras la experiencia, sino al contrario, pretende suscitar de las palabras una forma de vivencia original y, al mismo tiempo, absolutamente monstruosa: la de la catástrofe del lenguaje, el cual ha renunciado a dar cuenta del mundo y trata, a cambio, de construirlo (pieza a pieza) de nuevo. LEER MÁS
FRAGMENTO VS. AFORISMO
El aforismo o el axioma defienden la inmediatez del objeto del conocimiento ante la conciencia (aunque su naturaleza sea oscura, como en Heráclito); la del fragmento establece una dificultad apriorística en la capacidad del sujeto por aprehender el objeto. La diferencia estriba en el verbo ser. Desde el punto de vista del conocimiento, el aforismo trata con la realidad de forma directa, conformando su idea previa de que existe un contacto inmediato entre el objeto de conocimiento y el sujeto que lo aprehende; mientras que el fragmento, indirecto, incompleto y dubitativo, oscila con respecto de la posición del sujeto ante su objeto. LEER MÁS