Carta de una desconocida



José Luis Trullo.- Toda lectura de un texto esencial equivale, en cierto modo, a responder a una carta cuyo destinatario es otro, y que en el mejor de los casos sólo el autor conoce. Escribir algo parecido a una reseña de este tipo de textos es poco menos que pecaminoso, casi tanto como atreverse a ver a Diana tomando un baño desnuda en el claro de un bosque, cuando atardece.

La imagen del bosque no es gratuita. En Esteparia, el bosque recobra la dimensión sagrada que, en realidad, nunca ha perdido (sobrevive en los pequeños corazones de los niños muy pequeños). El padre retorna de sus profundidades con frutos en las manos. Al bosque va la autora a detenerse ante un árbol, nombrarlo en ruso -el idioma de los niños muy pequeños en Gomel- y describirse en su sombra (pág. 80). El bosque y la nieve, como escamas que se deshilachan del tiempo abstracto para ir tejiendo manoplas cálidas en nuestras manos heladas. Como en la esfera a la que se aferraba el moribundo protagonista de Ciudadano Kane, antes de soltarla, siempre nieva en la infancia.

Nada es gratuito en Esteparia, aun cuando casi todo esté envuelto en una gasa alucinada, de visión o de trance, esos atributos privativos del don. Son múltiples los enigmas que hollan la nieve de las páginas del libro, y no es seguro que estén ahí para ser resueltos por el lector. Debería abandonar el intruso toda esperanza de atrapar al lobo que va prensando con sus huellas la intacta virginidad de la nieve. Debería aprender a aprehender el aroma de sus rastros y a no mancharlos, mezclándolos con su apremiante urgencia de sentidos inmediatos. Leer Esteparia implica un ejercicio de renuncias, equivalente en cualquier caso al que acomete (con éxito) la propia autora al escribir y vivir lo que está escribiendo. Ese "acto de expropiación" del que habla Litvinova.

"Soy una mujer perforada", anuncia en uno de sus raros momentos de conclusión la autora. Y en verdad, lo que tenemos entre las manos se parece más a una silueta troquelada -imagen afortunada donde las haya- que a una presencia firme y concisa. El recorte de un cuerpo sobre un fondo de luz dudosa, algo más que un vapor pero menos que una niebla. Esa ausencia tangible, ese "festín de alejamientos" (pág. 66) que van trabando las páginas de Esteparia, transmiten en todo momento la impresión de un oráculo que se eleva desde lo más remoto y envuelve, acariciándolo, lo próximo y la piel. Es como un aura, sin dejar de ser de aquí, de nuestra tierra. Una "oscuridad blanca y jugosa" (pág. 62) por la que avanzamos con las manos extendidas, los ojos muy abiertos y el corazón en un puño.

Para alcanzar a atisbar lo que se nos muestra en Esteparia y no extraviarse en hipótesis exegéticas de dudoso gusto, haría bien el lector en atenerse a esta pista (pág. 59) que nos da la propia Litvinova en algún momento de su travesía:

los ojos cerrados preparan un espacio
donde las cosas no tienen miedo de hablar por sí solas
sin la necesidad de ser narradas.

No otro cometido tiene esta nota sobre Esteparia, el primer libro en España de Natalia Litvinova: preparar el espacio para que sus versos puedan ser leído por sí mismos, sin necesidad de ser explicados, expiados, desentrañados. Si, como regla general, uno no debería inmiscuirse entre poeta y poema, en casos como este se vuelve insoslayable hacerse a un lado y disponerse a la escucha, atenta y sobrecogida, de un libro que parece venir de muy atrás, de un tiempo que nunca se ha ido y que nos apela y nos exige más de lo que, quizás, estemos preparados para dar.

Como bien nos alerta la autora, en el último poema de este extraordinario libro:

en este mundo
hay que aprender a no hablar
taparse la boca
con los ríos
con los pueblos
con las flores
con la vida.


Natalia Litvinova, Esteparia. Ártese quien pueda, Madrid, 2013. 96 páginas.




ANA ARES, SOLISTA DE VOZ LIMPIA

55 minutos, el segundo título que publica Ana Ares, es un libro deslumbrante, un torrente de emoción, contenida con mano sabia y firme, que concilia la belleza con la rigurosa exigencia formal que se ha impuesto la autora, tal vez con el inconsciente deseo de demostrar que no sólo está a la altura de los varones que dirigen la orquesta poética y atesoran laureles y las escasas monedas de este escuálido mundillo, sino por encima de muchos de ellos. LEER MÁS

ANDRÉS TRAPIELLO ANTE EL ESPEJO DEL TIEMPO

Si Hölderlin aseguró que "lo que dura, lo fundan los poetas", es probable que Andrés Trapiello se conformase con una versión menos ambiciosa (o presuntuosa) de esta frase, tal vez: lo que dura, lo reflejan los poetas. Ante todo, porque lo captan, lo acogen y, sólo después de cerciorarse de su carácter genuino, cierto, lo vuelcan en un papel en versos fijos, pulidos y esplendorosos. ¿El poeta como un copista? Tampoco tan poco, pero casi que así. Y de ello deja cumplida constancia el poeta leonés en su último poemario publicado hasta la fecha, Segunda oscuridad, editado por Pre-Textos tras varios años de silencio editorial, donde las visiones de la naturaleza y la percepción del paso del tiempo asaltan al escritor para que les dé cumplida respuesta. Y, a tenor de lo leído, con sobrada solvencia poética. LEER MÁS

ELVIRA DAUDET Y LA POÉTICA DE LA VERACIDAD

De una humanidad sin concesiones, el Cuaderno del delirio de Elvira Daudet es, por buscarle una definición que pudiera servirnos, la expresión más honesta y prodigiosa de lo que yo bautizaría, sin temor a tachaduras, como Poética de la Veracidad. Y sin embargo, en esa verdad de la poeta, no hay una sola coma que no se ciña a su vez a la belleza incontestable y sangrante de la palabra. Si el dolor existe, que sea hermoso; si el desamor me mata, que la sangre que mana sea transparente; si la vida duele, que me acompañes tú, lector, en mi dolor, como un hombro propicio al rescate, como un cómplice del desamparo. LEER MÁS




EL POEMA COMO GENERADOR DE SENTIDOS

Para José Ángel Valente, el poeta intenta aprehender lo sagrado por medio de la palabra poética, siendo el poema el que se eleva por encima de las palabras que lo componen; erigiéndose, por tanto, más allá de su propio creador. “Multiplicador de sentidos, el poema es superior a todos sus sentidos posibles. Y aunque todos ellos nos hubieran sido dados, el poema habría de retener aún de su naturaleza lo que en rigor lo constituye, la fascinación del enigma”, nos dice en Notas de un simulador. El poema, no el poeta, es el que genera los sentidos; es el que se adentra en lo sagrado, en un territorio desconocido para el hombre, invisible, ignoto e imprevisible en el que el poeta sólo puede retirarse, apartarse, contraerse, estar en el vacío. LEER MÁS

LA DESOLADA QUIMERA DE LUIS CERNUDA

En México, la vida de LuIs Cernuda transcurría con extrema sencillez: apenas visitaba a nadie, vivía modestamente y en familia en casa de Concha Méndez, hacía de tío Luis llevando y recogiendo los niños del colegio, daba sus clases en la Universidad, iba al cine y se preparaba para el adiós. Ese adiós se llamaría Desolación de la Quimera, la obra cumbre del poeta y uno de los mejores libros de poesía en español, escrita entre 1952 y 1962 y publicado de forma independiente ese mismo año. Cernuda intuía su final, sabía que se acercaba la hora de la muerte y parece que se empeñó en dejar recogido una especie de testamento literario, donde se esmera en atacar, con un lenguaje ácido, crítico y desapasionado -eso sí, magistral-  a todos aquellos que, según el poeta, han forjado “su leyenda”. LEER MÁS


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