En el primer capítulo, formula la idea que vertebra el ensayo, a saber, el verdadero objetivo de la literatura fantástica consiste en transgredir la razón que da sentido a nuestra percepción del mundo y de nosotros mismos. Este tipo de literatura nace en el seno de un pensamiento racionalista, en concreto, en el momento en que razón y fe se separan, dejando lo sobrenatural reducido a este último ámbito. Es precisamente durante la Ilustración cuando emergen gustos estéticos que el Romanticismo hará suyos: lo onírico, lo visionario, lo sentimental, lo macabro, lo terrorífico y nocturno. Así, el Siglo de las Luces revela asimismo un lado oscuro de la realidad, como demostró Guillermo Carnero en su libro La cara oscura del siglo de las luces. De ese lado oscuro surgirá la primera manifestación de la literatura fantástica, la novela gótica, que aparece en las letras inglesas en la segunda mitad del XVIII. Por otra parte, lo que Goethe denominó “lo demoniaco” derivó en el cuento fantástico, donde los autores empezaron a trasladar sus historias a ámbitos conocidos por el lector. Esta nueva tendencia la inaugura Hoffmann y alcanza su madurez con Poe, James o Maupassant.
En el siglo XX, la ciencia, la filosofía y la tecnología postulan nuevas condiciones de lo que conocemos como realidad, poniendo en tela de juicio su imperturbabilidad, lo cual afectará también a la estética. La narrativa posmoderna rechaza la mímesis, creando su propia realidad, por lo que llegados a este punto, el autor del ensayo se pregunta si tiene sentido plantear un conflicto entre lo real y lo imposible. La respuesta es sí, siempre que se implique al lector, a través de la cooperación interpretativa, poniendo en duda esas convicciones de la realidad y del yo; a este respecto, cita textos de Kafka, Borges y Cortázar. En el capítulo dedicado a lo imposible se detiene en lo maravilloso cristiano y el realismo mágico, a los que, debido a la ausencia del asombro, considera formas híbridas.
Las tenues diferencias entre el miedo y la angustia se analizan en el capítulo tercero, acudiendo a la psicología. Para algunos autores, el miedo es una condición sin la cual no existe literatura fantástica, postura que el propio Roas defiende, porque todo relato fantástico provoca la inquietud del receptor. Sin embargo, otros autores, entre los que se encuentra Todorov, afirman lo contrario. Concluye Roas que lo exclusivo de lo fantástico es el miedo metafísico o intelectual, semejante a lo que Lovercraft entendía por “terror Cósmico”, recelo que aparece cuando nuestras convicciones sobre lo real dejan de funcionar.
La capacidad de sugerencia, la connotación y la imprecisión expresiva vienen dados por un tratamiento especial del lenguaje. Si bien el fenómeno fantástico es un desafío a la escritura, no deja de utilizar los moldes a los que recurre cualquier otro género literario. Por ello, en el capítulo cuarto, se distingue entre lo fantástico de percepción y lo fantástico de lenguaje. Lo primero es propio de la literatura del siglo XIX, dominada por temas y motivos clásicos como el fantasma, el vampiro, el doble, la ruptura de las coordenadas espacio-temporales, el sueño premonitorio, el objeto animado, vinculados con un nivel semántico del texto. Por el contrario, lo fantástico como fenómeno del lenguaje dominaría en la literatura del siglo XX y lo que llevamos de siglo XXI, donde la transgresión se generaría a partir de los recursos formales y discursivos en mayor medida.
Para concluir, defendiendo la vigencia del género en cuestión, en el capítulo que titula Lo fantástico en la posmodernidad, el autor alude a un extenso número de escritores españoles (nacidos entre 1960 y 1975) que en la última década han optado por cultivar lo fantástico a través de una amplia variedad de estilos, recursos y temáticas. Entre ellos, Roas se incluye a él mismo, y nombra a Fernando Iwasaki, Álgel Olgoso, Manuel Moyano, Félix J. Palma, Care Santos, Ignacio Ferrando, Jon Bilbao, Patricia Esteban Erlés, Juan Jacinto Muños Rengel y Miguel Ángel Zapata, herederos de grandes maestros como Cristina Fernández Cubas, José María Merino o Juan José Millás. Entre los aspectos que definen la poética fantástica de estos autores destaca la yuxtaposición conflictiva de los órdenes de realidad, las alteraciones de la identidad, el recurso de darle voz al Otro (el que está al otro lado de lo real) y la combinación de lo fantástico y el humor.
Con todo ello, David Roas, no sólo contagia su entusiasmo por desentrañar la técnica de la literatura fantástica, sino que incita a sumergirse en esas lecturas misteriosas que dan otra vuelta de tuerca a nuestra existencia.
David Roas, Tras lo límites de lo real. Una definición de lo fantástico. Páginas de espuma, Madrid, 2011. 186 páginas.