Ramón Eder.- La importancia del aforismo como género literario es mucho mayor de lo que normalmente se suele recordar en los manuales de literatura. Las razones de esta desmemoria son muy variadas, pero basta mencionar los nombres de algunos ilustres aforistas para darse cuenta de la arbitrariedad que se comete con este género. Ciñéndonos a la tradición occidental (que comienza con los aforismos científicos de Hipócrates), destaca como uno de sus iniciadores más brillantes el hermético Heráclito, con sus fragmentos. Y, en la misma Grecia, por citar a algún otro aforista, no podríamos olvidar a Diógenes el Cínico, caracterizado por hacer excelentes aforismos verbales que otros más tarde se encargaron de escribir. En la Roma antigua sobresalen Marco Aurelio y Séneca, que escribieron aforismos memorables. Y en España destacan el impar Ramon Llull en la Edad Media y, en la época barroca, el retorcido y agudo Gracián. (Dos buenos aforistas, más bien excepcionales, porque en la literatura española no abundan los cultivadores de este género.) Pero son sobre todo los llamados "moralistas" franceses los que practicaron el aforismo de una manera asidua, dándole su configuración clásica. Nietzsche, uno de los mejores aforistas de todos los tiempos, consideraba que los aforismos de los moralistas laicos franceses eran lo más importante que se había escrito desde la época greco-latina. Y escribió con su estilo radical: "Sólo creo en la cultura francesa, y cuando veo en Europa cualquier cosa que se llama a sí misma cultura lo considero malentendido. Cuando leo a Montaigne, a La Rochefoucauld, a Vauvenargues, a Chamfort, me siento más cerca de los antiguos que con cualquier otro grupo de autores de cualquier otra nación".
Sin embargo, en todas las épocas y en todos los países han surgido espléndidos aforistas. Sin pretender ser exhaustivos se podría mencionar a los más sobresalientes: El paradójico Chesterton en Inglaterra, el brillante Oscar Wilde en Irlanda, el pesimista y lúcido Schopenhauer en Alemania, el agudo Pitigrilli en Italia, el sombrío y certero Ciorán en Rumanía, el irónico Stanislaw Jerzy Lec en Polonia... Sin olvidar a autores tan valiosos, aficionados a escribir frases breves, profundas y agudas, como Pascal, Spinoza, Rivarol, Jules Renard, Heine, Blake, Canetti, Wittgenstein, Juan Ramón Jiménez o José Bergamín. Son escritores, poetas y filósofos verdaderamente importantes. Y aún se podrían añadir otros muchos aforistas de indudable interés. En todo caso el aforismo ha sido un género poco practicado en comparación con otros géneros literarios como la novela o la poesía. Pero el lector experimentado valora los aforismos certeros de una manera especial. Y son muchos los escritores (entre los que destaca Borges) los que homenajean a sus aforistas favoritos citando sus aforismos en los epígrafes de sus libros o como confirmación epigramática de sus argumentos.
Un aforismo puede ser una minúscula obra maestra. Cuando el humorista Lichtenberg apunta "Aquel hombre era tan inteligente que casi no servía para nada", hace una broma inolvidable. Al escribir el sutil Joubert "Cuando mis amigos son tuertos los miro de perfil", dice en pocas palabras algo admirable. El aforismo del cáustico Chamfort "Sé mi hermano o te mato", hace una crítica profunda a los excesos de la Revolución Francesa. Los aforismos en su brevedad demuestran la increíble fuerza de las palabras.
Los diccionarios definen el aforismo de una manera rutinaria y equívoca: "Sentencia breve y doctrinal que versa sobre una ciencia". Pero actualmente agudeza, lucidez y laconismo son las características que asociamos al género. El aforismo es una manera de pensar sintética y ligeramente poética que se expresa con las mínimas palabras posibles. Pero también es una manera de decir crítica y radical de tendencia ilustrada que no excluye la paradoja y que se opone a las rutinas mentales. Y en este sentido es una forma de expresión osada porque se enfrenta inevitablemente con el poder y la sociedad. Un peligro del aforismo es que caiga en lo frívolamente combinatorio. Otro riesgo del género es el tono sentencioso, que puede llegar a cansar. Per los buenos aforistas escriben frases luminosas que son como relámpagos en la oscuridad.
Los aforistas suelen ser intempestivos y burlones. Critican las imposturas y los tópicos. Hacen irónicos juegos de palabras que pueden parecer frívolos pero que son reveladores. Según Karl Kraus "el aforismo nunca coincide con la verdad: o es media verdad o verdad y media". Y así debe ser. Porque los escritores de aforismos, más que buscar la verdad, como arqueros lanzan sus flechas contra las mentiras sociales, religiosas, literarias, políticas o filosóficas. Y, en consecuencia, los aforistas son escritores incómodos. Pero los lacónicos escritores de aforismos son necesarios y nunca faltan en una buena biblioteca.
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Ramón Eder es escritor. Entre sus libros se incluyen varios de aforismos: Hablando en plata (2001), Ironías (2007), La vida ondulante (2012) y El cuaderno francés (2013).
NEILA Y LA ESCRITURA FRAGMENTARIA
Pensamientos de intemperie constituye una excelente ocasión para constatar que el género aforístico en España está en buenas manos, y se encuentra muy lejos de ceder a los cantos de sirena de la facilidad y el ingenio barato, proporcionándonos por el contrario numerosas ocasiones para el deleite intelectual, estético y moral. No en vano, este libro no ha sido escrito en un rapto de la inspiración momentánea, sino que es una amplia y cuidadosa selección de los cuadernos que, durante años, ha ido escribiendo Neila, poseedor de un dominio de la técnica fragmentaria y profundor conocedor del género. El resultado debe calificarse de un completo acierto. LEER MÁS
ELOGIO DEL AFORISMO
Un aforismo puede ser una minúscula obra maestra. Cuando el humorista Lichtenberg apunta "Aquel hombre era tan inteligente que casi no servía para nada", hace una broma inolvidable. Al escribir el sutil Joubert "Cuando mis amigos son tuertos los miro de perfil", dice en pocas palabras algo admirable. El aforismo del cáustico Chamfort "Sé mi hermano o te mato", hace una crítica profunda a los excesos de la Revolución Francesa. Los aforismos en su brevedad demuestran la increíble fuerza de las palabras. LEER MÁS
MAURICE BLANCHOT Y EL AFORISMO COMO ALIANZA
Según Blanchot, el aforismo obliga al lenguaje a traicionar la tiranía de la conciencia y a erigirse él mismo como objeto puro del pensamiento, como existencia autónoma de las palabras. Más aún: el aforismo conserva la fuerza esencial de la experiencia sólo porque suscita en las palabras un movimiento reflejo que, a su manera, rinde un homenaje (póstumo, eso sí) a la simultaneidad de esta experiencia. El aforismo no trata de traducir en palabras la experiencia, sino al contrario, pretende suscitar de las palabras una forma de vivencia original y, al mismo tiempo, absolutamente monstruosa: la de la catástrofe del lenguaje, el cual ha renunciado a dar cuenta del mundo y trata, a cambio, de construirlo (pieza a pieza) de nuevo. LEER MÁS
LANÚS, PORCHIA Y LA VERDAD DE LA ASTILLA
Argentino como él, Alejandro Lanús utiliza la contradicción porchiana como método de investigación de aquello que le obsesiona: “Todo me habita, excepto yo”. Esta utilización técnica de la contradicción no solo encuentra verdades inéditas en los arabescos del lenguaje, sino que dinamita lo que consideramos como lógico para hacer ver las trampas de las palabras y el coto reducido que la lógica misma tiene sobre la realidad. “Las alturas bajan, subiendo”, decía Porchia, aquel hombre extraordinario que vivía con la misma gravosa austeridad su propia existencia y su relación con las palabras. LEER MÁS
FRAGMENTO VS. AFORISMO
El aforismo o el axioma defienden la inmediatez del objeto del conocimiento ante la conciencia (aunque su naturaleza sea oscura, como en Heráclito); la del fragmento establece una dificultad apriorística en la capacidad del sujeto por aprehender el objeto. La diferencia estriba en el verbo ser. Desde el punto de vista del conocimiento, el aforismo trata con la realidad de forma directa, conformando su idea previa de que existe un contacto inmediato entre el objeto de conocimiento y el sujeto que lo aprehende; mientras que el fragmento, indirecto, incompleto y dubitativo, oscila con respecto de la posición del sujeto ante su objeto. LEER MÁS