José Luis Trullo.- Pedro Salinas poetiza la experiencia del hombre de la carencia que determina la esencia de su existencia en el mundo. La carencia está inscrita en el centro de su corazón, partiéndolo en dos; por eso, la carencia es la condición del ser del hombre, entregado a la pasión de su insignificancia.
El hombre es insignificante porque no se basta a sí mismo, sino que necesita ser fundado por lo otro de sí. Como ser vivo, ha de morir; como ipseidad, ha de abrirse a la alteridad; como yo, requiere de un tú que le funda y le conserve en sí como sí mismo. El hombre se encuentra entregado a la polémica de la existencia establecida en términos de desgarro y escisión, lo cual no es en absoluto una opción entre otras de llevar a cabo la propia vida, sino la marca esencial de su ser hombre.
Pedro Salinas poetiza la alteridad del hombre (lo otro del hombre que es también su estado de carencia, su ser-otro respecto de sí) en una sola y recurrente metáfora: tú. En la poesía de Salinas, el tú despliega totalmente la dimensión metafórica del lenguaje, en la cual éste se abre de manera privilegiada a la posibilidad de la epifanía de la alteridad. La metáfora señala un cambio de nivel, una transferencia del sentido, de tal modo que el lenguaje sufre el desplazamiento de su función referencial común para adquirir una relevancia ontológica, para atender al ser que se anuncia desde lo otro del lenguaje, desde el silencio.
Precisamente porque el tú se sitúa en el otro lado del lenguaje y se instala en el silencio de lo oculto que desencubre e ilumina la cosa, el tú es siempre metáfora de la alteridad del hombre. El tú de Salinas es una alteridad que abre el camino por el que el hombre despliega su libertad. Así ocurre, con sanjuaniano eco, en Presagios (24):
Tú, que con palabra bien medida
me abriste tantas veces la escondida
vereda que pedía mi albedrío
El tú anuncia el camino de la libertad del hombre desde lo otro del lenguaje en la palabra. El tú, que es un decir que dice la palabra ("bien medida", esto es: rítmica y ajustada, esencial), abre la posibilidad de la libertad del hombre, la cual no es mera ejecución del "albedrío" (el cual sólo puede esperar ser satisfecho desde lo otro de sí), sino obediencia al anuncio del ser en su decir la palabra esencial.
El tú, que concede la libertad con la palabra, se anuncia siempre desde el silencio de lo oculto, puesto que su decir que comunica en el desencubrimiento de lo dicho en la palabra se sustrae siempre y queda necesariamente reservado. Esa reserva en que el tú se guarece establece un hiato entre el decir y lo dicho que no puede ser llenado, y que señala y constituye el estado de carencia del hombre. De nuevo en Presagios (8):
siento un vacío que sólo
me lo llenará ese alma
que no me das.
El hombre, que acoge la llamada del tú a escuchar la palabra e inaugurar su libertad, debe proteger ese hiato que se hace patente en su propio sustraerse a la presencia, esa diferencia que hace del tú un asunto originariamente humano y no un mero objeto de adoración extática.
En una época en que el yo se ha alzado en único criterio de validación, ya no sólo de la propia existencia, sino a un rango casi cósmico, poetas como Pedro Salinas nos recuerdan lo evidente: que sólo abierto y menesteroso hacia lo que no se es, pues no es el ser su esencia primera, puede uno llegar a ser alguna cosa.
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